Por Enrique Ochoa Antich
Con la iglesia hemos dado, Sancho
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Muchos me alertan: “No hagas leña del árbol caído que eso no se ve bien”. No es mi deseo. En serio. Para nada. Pero sí creo que es el momento en que la sociedad democrática, y en general el pueblo venezolano, extraigan de los recientes eventos las lecciones de rigor. También es, también debe ser pedagógico el oficio de la opinión política. Y siendo a mi edad la militancia de la palabra la única que ejerzo, siento que es mi deber contribuir mínimamente con ese oficio de pedagogía política.
Bastante lo alertamos: no acepten la postulación de inhabilitados a las elecciones primarias de la PUD. “¿Por qué complicar innecesariamente a la oposición?”, inquirimos entonces. A más de la complejidad propia que constituye la pretensión de sustituir por la vía electoral (que es la única posible) a un régimen autoritario y conducirnos en paz a una democracia plena, nos parecía innecesario y torpe añadir una complicación más: lograr la habilitación de una candidatura descalificada de partida. Pero asno de la cuna a la mortaja, el extremismo opositor, atrincherado en valores del todo inútiles ante un régimen autoritario, como el derecho y la Constitución, y la oposición clásica, cayeron mansamente en la trampa. Sostengo que el gobierno hizo lo necesario (por ejemplo, cuando renunciaron los antiguos rectores del CNE) para que Machado fuese la electa. Toda esta obra maestra que hemos contemplado, esta mise en scène del gobierno, en que mostrando su fuerza implacable, desmoraliza a su adversario y lo induce a la abstención, fue diseñada desde entonces, y ha sido ejecutada paso a paso sin fallo alguno.
Sí, muchos opositores, frente al abismo pero embelesados por el demonio del vértigo, se dejaron arrastrar adonde el gobierno deseaba. Y éste sabía lo que hacía. La acción retardatriz, la estrategia retrógrada, que, al modo de Santa Inés, fue enseñanza del Comandante Eterno. Ceder terreno, ganar tiempo, y traer al enemigo al territorio donde se es fuerte. “Maduro no será quien elija nuestro candidato”, dijeron. “¡Ni un paso atrás!”, exclamaron… pero lo que tenían enfrente era el vacío.
Solazarse en el llanto y la rabia tiene poco sentido. “Entonces la mujer de Lot miró atrás, y se volvió estatua de sal”, nos cuenta el Génesis. Ahora sólo queda mirar hacia adelante. Dilapidados los recursos, el esfuerzo y la emoción de las primarias, como si éstas no hubiesen tenido lugar, pues al elegir como opción la nada en efecto no tuvieron lugar, los implicados, comenzando por la candidata que nunca lo fue, tienen dos opciones ante sí: o patalean rabiosamente con la absurda convicción de que sin ellos las elecciones son fatalmente fraudulentas (lo que peligrosamente puede ponerlos al margen del proceso), o apelando a lo que, refiriéndose a Adenauer y al proceso de reconstrucción de la Alemania de la posguerra, Kissinger ha llamado la estrategia de la humildad, reconocen que quedaron fuera de la partida y ofrecen su concurso, sin la absurda petulancia de los elegidos, para hallar entre todos una nueva opción creíble y ganadora. No olvidemos la sabia advertencia de nuestros mayores: los errores no se corrigen con otro error sino con un acierto. Insistir en la estrategia del desafío y la confrontación, con un contrincante más poderoso y sin escrúpulos, sería una necedad suicida. Vaya con toda buena fe mi recomendación a los aporreados amigos extremistas: maña y no fuerza es lo que requieren para salir del pantano en que se han sumido.
En otras palabras, con el aborrecido consenso hemos topado, según acaso pudiese espetarnos el más lúcido que loco Caballero de la Triste Figura. Dos condiciones debe poseer el candidato o la candidata que se escoja (y me apresuro a anticipar que ninguno de ellos es estar calificado por las encuestas):
- Tener las cualidades para unificar al país, comenzando por hacerlo con las dos oposiciones.
- Hacerle percibir al gobierno que reconocer su victoria electoral le sería con el tiempo menos costoso que escamotearla.
En otras palabras, el candidato del consenso no puede buscarse entre los extremistas que han rodeado a la candidata que no fue, pues de inmediato será obstruido por el régimen autoritario. Debe hallarse entre la oposición que, por comodidad, podríamos definir como radical en lo programático pero moderada en lo ṕolítico. En el Chile de Pinochet, Lagos tuvo la grandeza, que le ha reconocido la historia, de reconocer que ni él ni ningún otro socialista podía sustituir al dictador, y buscó al demócratacristiano Aylwin para endosarle su apoyo. Tal vez está allí un buen ejemplo de la conducta a seguir por parte de nuestros exaltados extremistas, si es que en verdad quieren un cambio democrático que por menor que sea, abra la espita de cambios mayores. Acaso la conducta que más convenga a sus propios intereses, y a los del país, claro, sea la de hacerse a un lado, sabiendo que en un futuro entorno plenamente democrático, y en la medida en que abandonen sus maximalismos y procedimientos extremistas, hallarán condiciones más propicias para promover sus ideales. Porque nunca está demás recordar que aunque 100 es mejor que 50, 50, e incluso 25, es mejor a 0. Como dijo una vez Felipe González cuando recién iniciaba la transición española, “la política del todo o nada puede retrasar el proceso de transformación democrática de nuestra sociedad”. Por su parte, Santiago Carrillo, la bestia negra (o más bien roja) del comunismo español, escribía en defensa de una ruptura pactada, aunque, según decía, “la expresión molesta a algunos oídos sensibles”.
Es la hora de la sociedad política organizada: partidos, por pequeños que sean; organizaciones civiles y populares de la sociedad civil. También de las individualidades y del ciudadano común. No del espontaneísmo de las masas, de la infecunda gritería de las redes, de la inútil exaltación de los espíritus.
Es la hora de la serenidad. Somos 30 millones. ¿Es que no hay entre nosotros quien pueda o quienes puedan llevar a buen puerto la nave del cambio 2024, y hacerlo en paz, sin sobresaltos, con seguridad, con la aquiescencia de quienes van a ser sustituídos en el gobierno de la cosa pública? Quien o quienes, lo subrayo, pues acaso más que un candidato o una candidata requerimos una fórmula electoral plural en que se integren como presidente y vicepresidentes voceros y voceras de las diversas corrientes políticas de la sociedad venezolana actual.
No hay nada que nos impida este logro. Sólo requerimos de un poco de inteligencia y de buena voluntad. Que la posteridad les reconozca a los venezolanos de este tiempo que tuvieron la capacidad de empinarse por sobre sus pequeñas apetencias y personalismos para mirar el horizonte grande de los intereses de la nación toda.