Por Enrique Ochoa Antich
Me gusta intentar predecir o prospectar el futuro a partir de la peor hipótesis. Lo primero que hace un estratega militar al momento de planear una invasión es preguntarse si existe una ruta de escape en caso de que la invasión fracase. Si no la hay, no invade. Así me gusta ver los escenarios políticos.
-Yo no tengo los pies en el piso sino enterrados, bromeo con mis amigos.
Por eso mi 2024 comienza por poner a Maduro donde estuvo en 2018: 30%. El voto por Maduro no sólo es un voto por él sino por algo más complejo que podemos llamar el chavismo-madurismo. Dicen las encuestas que el PSUV alcanza más de un 15% de favor popular que, a mi modo de ver, es gente de carne y hueso adoctrinada alrededor de un discurso en el cual cree. Del legado de Chávez a las sanciones como una justificación. Parto de la premisa de que ese 15% se convertirá con facilidad en 30%. Digamos 1 + 1… haciendo uso del músculo presupuestario del partido-Estado.
Creo incluso que, acuerdos con EEUU-Europa y China mediante (ENI y Repsol, $ 3.000 millones con la ONU y Siemens, Zonas Económicas Especiales, y algo más), y con algún flujo de caja, aún sin controlar la inflación, ese 30% puede ser 35%. Tal es, viendo las cosas desde la perspectiva del campo opositor, mi peor hipótesis.
Suponiendo una abstención estructural (no militante) de 20% (para ser generosos), al campo opositor le queda un 50 o un 45% de espacio político y electoral para maniobrar. Digamos que, para ganarle a un Maduro que ostente ese 30 o 35% que suponemos, un candidato contrario al gobierno debe reunir tras de sí, al menos, al 80% de ese campo opositor. Eso sólo es posible:
- Si las primarias tienen un final feliz, con todos abrazados en rededor de un ganador cuya candidatura esté habilitada. En este caso, tal vez, opere el fenómeno Barinas y la economía del voto juegue a favor de ese candidato. En esto consiste el plan del G4. Como veremos, el factor perturbador Machado borra del horizonte ese espejismo (o puede hacerlo, para no ser terminantes). Machado no es, o no parece ser, Rosales Peña.
- Si la magia de la política (que existe, como sabemos) produce en la otra oposición (la que no está en las primarias) un fenómeno electoral (tipo Chávez o Salas que de 5 y 3% respectivamente en diciembre de 1997 pasaron a convocar el favor del 90% del electorado pocos meses después), cuyo vigor sea tal que pueda vencer a gobierno y oposición a la vez. El «todo lo contrario» que tengo años anhelando. Allí Ecarri, Rausseo y Martínez (por mencionar tres de los que han hecho explícita su aspiración presidencial) tienen lo que yo llamo «el derecho a la ilusión». Entre 2013 y hoy, el PSUV perdió 4 millones de votos y la oposición 3. O sea, 7 millones de electores desencantados con ambos polos.
-¿Por qué no?, pueden decirse los aspirantes a fenómeno electoral.
- Si una porción mayoritaria de la oposición clásica y una porción mayoritaria de la otra oposición facturan una alianza. Hay que recordar que en 2021, la votación opositora se dividió 50/50 entre estas dos oposiciones y que ésa fue la necia causa aritmética de su derrota.
Estos son, a mi modo de ver, los únicos tres escenarios de victoria opositora. El primero tiene una amenaza: el imponderable Machado. Veamos.
Si gana las primarias, será la candidata de la oposición clásica hasta el día en que, a las puertas del CNE, se «rebote» su inscripción. El gobierno se lo ha dejado claro a los gringos: ni porque levanten todas las sanciones, Machado será habilitada. Imagino que el razonamiento de Maduro y su círculo interior es simple: si ella les promete cárcel, o exilio (por dorado que sea), no parece coherente con la lógica de un régimen autoritario ceder en este punto. Luego se entrará en el tortuoso proceso de su sustitución. Ella planteó que, al modo de los presidentes mexicanos en los tiempos de la hegemonía priísta, con un «dedazo» ella designara a su sustituto, lo que fue de plano rechazado por el G3. ¿Qué hará Machado? ¿Tendrá el sentido de grandeza de poner a un lado su agobiante personalismo y apoyar a un candidato escogido por consenso con el G4? ¿Sus seguidores, adoctrinados en un rabioso anti-G3, votarán por Capriles (si fuese habilitado), o Rosales, o Prosperi, o cualquier otro que no sea ella? Difícil, muy difícil. ¿Llamará a la «calle calle calle» (otra vez), pedirá más sanciones (otra vez), coqueteará con una invasión gringa (otra vez)? Así lo ha dejado ver. «Hasta el final» no es sino eso. Otro fracaso anunciado (como los de 2002, 2005, 2017 y 2019). El gobierno ya ha probado que sabe sobrevivir sin escrúpulos a estos eventos. Los gringos tal vez pronuncien soflamas indignadas, pero hasta allí. ¿Invadir? No, sir.
Así que este factor de perturbación que es Machado terminará por provocar tal desencanto, que, para ser generosos, la abstención subirá de 20 a 30%. Así el campo opositor pasa de 50 a 40 o de 45 a 35% (toda la oposición, la clásica y la otra). Siendo que en este escenario post-Machado el G4 perderá la capacidad de atracción que tuvo el «polo Garrido» en Barinas (apoyado por Rosales Peña), debe partirse de la hipótesis de que habrá al menos dos candidatos que fracturarán casi a la mitad ese electorado, repitiéndose aproximadamente el escenario 2021: el PSUV con 30%, la abstención con 30%, y cada candidato opositor con alrededor de 20. Esto si ocurre que la otra oposición decante alrededor de un solo candidato, lo que me parece deseable. Y si Machado no resuelve postular un nombre al margen del G3.
Es por lo que me atrevo a afirmar que es el factor de perturbación Machado el que hará o podría hacer que Maduro gane. En mala hora la Comisión de Primarias aceptó, con un razonamiento ético puro pero sin ninguna ética política, que se postularan los inhabilitados. Puesto que el G4 se había decantado por la ruta electoral, lo coherente habría sido restringir esa selección a precandidatos habilitados.
De modo que si las primarias no tienen un final feliz, a causa de todo cuanto he mencionado, pero si el G4 se cohesiona alrededor de un solo nombre (deslindándose del extremismo machadista); y si el centro, la otra oposición diferente al G4, lograse decantarse alrededor de uno solo de sus actuales candidatos (apartando a los «hombres de paja», que no faltarán); es decir, si estuviésemos a las puertas de repetir 2021 (cuando las oposiciones dejaron de ganar ¡17 gobernaciones! únicamente por ir divididas a dos: el G4 y la Alianza Democrática), en ese escenario para nada imposible, sólo habría una posibilidad para una victoria opositora: que las dos oposiciones, o los dos sectores mayoritarios de las dos oposiciones, forjen un pacto programático y político que incluya una llave presidente-vicepresidente, con arreglo a lo que las encuestas y la sabiduría política digan para ese momento.
No es para nada probable, pero no imposible. Y es lo que Venezuela necesitaría con urgencia. Para que el cambio sea posible, es decir, en paz y concertado con quienes habrían de dejar el gobierno aunque no necesariamente el poder. Pero éste es tema para otro artículo.