Por Enrique Ochoa Antich

Ella se mira al espejo. Se maquilla con levedad. Clavando sus ojos en los ojos de la imagen, frunce el ceño y murmura:

-Ésta es mi hora.

Sabe que ella es, ¿quién puede negarlo?, inteligente y bien hablada, a diferencia del bobo que se dijo «presidente interino» por mera casualidad de su destino fullero. Además, ella tiene carisma. «Hasta buenamoza soy», se dice con algo de bochorno.

Observándose en el relumbrón del azogue, rumia como un credo que el clamor de las mayorías nacionales repudia al régimen autoritario, ése que en su léxico se llama «dictadura». 80/20 en su contra. Ella, por su parte, se siente mayoría de la mayoría. Basta con eso, piensa. Ha de ganar las primarias y luego la nación echará del poder a quienes lo usurpan. ¿Acaso es magia? Claro, falta otra cuenta: esa minoría es mayoría en el poder. Ejecutivo, Fiscal, Magistrados, generales y almirantes, gobernadores y alcaldes. 80/20 a su favor. La correlación de fuerzas es algo más que votos, nunca debe olvidarse. «Con cuántos de ésos se para un tanque», preguntó Neruda a Allende cuando contemplaban pasar una inmensa marcha popular de apoyo al gobierno por las alamedas de Santiago.

¿Negociar con el tirano? ¡Para nada! Con dictadores no se negocia. «Preso es que lo quiero ver», respondió ayer a un periodista.

La dama deja el espejo y se apresta a acomodar sus bártulos para la gira de hoy. Repasa su arenga. Ni Maduro ni G4. Truco de prestidigitación, con envidiable habilidad expolia el centro, siendo que es el extremo derecho del tablero.

Otro truco: ella es la impoluta. No importa que haya sido protagonista de todos los fracasos de la oposición: el golpe, el paro, el revocatorio, la abstención, La Salida, las guarimbas, el TIAR, el 350, el «interinato». Tampoco importa que nunca haya sido parte en la factura de sus victorias, en alguno de cuyos autobuses ya en marcha se encaramó apremiada.

Faltó coraje, es su monserga. Siempre faltó coraje… a los otros, naturalmente. Guaidó fracasó porque no tuvo el guáramo que se requería para afrontar las consecuencias de sus actos. Nada tuvo que ver en esa derrota que la estrategia fuese equivocada. Falta de coraje, se repite. Sólo eso. Pero a ella no le temblará el pulso para hacer lo que haya menester.

Que se apliquen más sanciones. Que se impongan las medidas coercitivas más despiadadas que la mente más cruel pueda imaginar. Bloquéense alimentos, medicinas, combustible. Pero han de sufrir los más menesterosos, barrunta por un brevísimo instante de compasión. No importa, se responde de inmediato. A ella la espera la gloria. ¿Pedir la invasión gringa? ¿Por qué no? Ya se tiene de nuevo a Eliott Abrams en posiciones de gobierno. El «punto de inflexión» de su inhabilitación traerá consecuencias. Que se preparen los escudos de cartón piedra y las bombas molotov.

Mensaje de WhatsApp para uno de sus socios de campaña:

¿Un acuerdo de sustitución de candidatos al modo de Barinas? No, qué va… Que se olviden adecos, justicieros y neotempistas de esa blandenguería. Esto es diferente.

Y rubrica con su grito de guerra:

¡Hasta el final!

Cuando teclea las tres últimas palabras, cavila en su determinación suicida. ¿Y si ese «¡Hasta el final!» termina sólo siendo «Hasta la puerta del CNE», cuando no permitan inscribir su candidatura? Las montañas paren ratones, ha leído por ahí. No importa: calle, calle, calle, será su respuesta. Después de todo, sabemos que dictadura no sale con votos.

La comunidad internacional actuará. Que los europenses me socorran. Trump será presidente y vendrá en mi auxilio. ¿Como Guaidó? No, esto es otra cosa. Telefonearé a Petro y Lula, a ver si me escuchan. ¿Aló? ¿Aló?

¿Y si el rrrrrrrrégimen narcoterrorista resiste? Lo ha hecho antes… tantas, tantas veces. Imposible, gruñe la candidata que no es candidata. No resistirá porque San Miguel Arcángel, Santa Margarita y Catalina de Alejandría están con ella. Como Juana de Arco, armadura de oro, adarga y rodela resplandecientes, entrará en Orleans por la puerta de Borgoña. Los portones de Miraflores serán derribados. Poseída de este pensamiento mágico farfulla de nuevo:

-¡Hasta el final!

Pero entonces irrumpe un recuerdo inquietante. Evoca a su predecesor cuando, desgañitándose como un hereje, dijo aquello de «Sí o sí», cuando la invasión de Cúcuta..  ¡y no pasó nada! «¡Hasta el final!», «Sí o sí»… qué parecidos, ¿no?

«La princesa está triste», escribió el poeta.

La dama se estremece. La dama está pálida en su silla de oro. La dama no ríe. La dama no siente. ¿Qué tendrá la dama? Es que una voz mortuoria le advierte desde su interior, con un eco de ultratumba:

Guaidó II, Guaidó II, Guaidó II.

Pero ella espanta estos malos pensamientos como a un enjambre de moscas y sale de su alcoba para enfrentar la jornada.