Por: César Trómpiz*

Vamos al grano. ¿Para dónde irá el que quiere estudiar? ¿A dónde asistirá el enfermo? ¿Y el que quiere entrar a un parque a divertirse? ¿O el que quiere pasear por las vías del país? ¿Cuánto costará entrar a un zoológico, o a una playa? ¿Para dónde va usted en un país privatizado? ¡Al mercado! ¡Al banco! ¡A sus deudas!

En la vida de lo privatizado, nada de lo que se conoce hoy como “público” vuelve a ser gratis. La gratuidad de lo público es el enemigo de la privatizadora y el privatizador. El costo que asume un pueblo por votar a favor de quien propone “privatizarlo todo” es tener que ir a “pagarlo todo”. La parte que no dicen los privatizadores es que cuando comienza el proceso de acabar con lo público, todo tendrá dueño y no será el pueblo.

Los neoliberales gritan “privatizarlo todo”, lo hacen falsamente en en nombre de la “libertad”.

Dicen “hay que darle libertad a los trabajadores para que hagan lo que quieran, ganen y compitan como quieran” y a la vuelta de la esquina, eliminan los derechos de los trabajadores, reduciendo el trabajo a una simple mercancía, acabando con su estabilidad, con su inamovilidad, con todas sus prerrogativas.

Dicen “para que la educación sea buena, libre, como la quiere la familia; debe ser privada” Y a la vuelta de la esquina los costos de la educación son inviables para que las familias puedan tener al menos un profesional entre cada generación.

Dicen “para que la salud sea buena, de calidad, eficiente, debe ser privatizada” y a la vuelta de la esquina los pobres mueren de mengua por no tener acceso universal a una salud que la garantice el Estado.

Dicen “para que haya gasolina, gas, diésel; hay que privatizarlo” y a la vuelta de la esquina establecen precios internacionales de los combustibles, quitan los subsidios del Estado y sólo los que tengan suficiente dinero son los que van a poder montarse en su propio auto y el encarecimiento del transporte, en todas sus formas, es inevitable.

Dicen “para que haya electricidad, siempre, buena, hay que privatizarla” y a la vuelta de la esquina dejan las tarifas al libre mercado y los apagones no serán por problemas naturales ni saboteo del norte, sino porque un pueblo entero no podrá pagar la factura privatizada.

Dicen “para tener unos parques nacionales bellos y atractivos; hay que privatizarlos” y a la vuelta de la esquina el acceso a las bellezas naturales de nuestro país tienen tarifas hasta para subir Sabas Nieves, o para ir a tomarse una cerveza en la playa.

Dicen “para que todas las vías del país estén bellas, asfaltadas, brillantes; hay que privatizarlas” y a la vuelta de la esquina un recorrido es mas caro por el pago de peajes que por el pago de combustibles, que en el mundo privatizado ya es bastante decir.

El discurso privatizador es siniestro. Es como una vitrina de un centro comercial, como un mostrador de joyas, de diamantes, de todo tipo de oro en miles de formas de filigrana. Todo lo adorna con brillantes, con colores llamativos y deslumbrantes rubíes.

Claro, el discurso privatizador nunca muestra el precio de las cosas, sólo te manda la factura después que has comprado su joya, después que has votado por ellos. Y es un discurso estafador, porque luego que recibes la factura y comienzas a pagar te fijas que no eran rubíes lo que compraste, sino vidrio pintado.

Cuál estafa del siglo XIX, renovada en el siglo XXI, el discurso privatizador no es para que los votantes sean ricos por igual, ni libres por igual, sino estafados por igual.

*Militante Bolivariano, Embajador de Venezuela en Bolivia.
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