Por Enrique Ochoa Antich
En otra parte escribí que el extremismo es como una peste. Me apresuro a aclarar que no uso el término de modo peyorativo, al uso que los regímenes totalitarios fascistas y comunistas solían emplear otros parecidos para calificar a sus adversarios (el famoso «gusanos», de Fidel). Acudo a esta metáfora camusiana sólo para relievar una de las más conspicuas características que tiene el modo de ser extremista: su capacidad de contagio, es decir, de expansión hacia quienes entran en contacto con él.
Quienes hemos hecho vida en organismos políticos sabemos cómo el verbo encendido, por irresponsable que sea, arranca aplausos y afectos. El extremismo es así: básicamente emocional. Apela a los sentimientos, no a la razón. Al corazón y al hígado, no al cerebro.
El extremista propone siempre la aventura, la audacia, lo temerario, lo valiente, haciendo que el moderado parezca aburrido cuando no dudoso y sospechoso.
Por eso el extremismo entre nosotros siempre ha terminado arrastrando a la moderación.
No voy a hablar del chavismo, en el que era evidente que cada apelación de Chávez al combate glorioso, al atropello del «enemigo» si fuese menester, al estropicio revolucionario, era al final seguido por la mayoría de los suyos… y del país. Quien no lo secundaba en su temeridad y arrojo quedaba rezagado o apartado como un «tibio», el peor calificativo de todos.
Hablemos de la oposición.
¿Cómo no iba a sonar a melodía celestial el irresponsable grito aquél de «¡A Miraflores!» del 11A en Chuao? ¡Ay de quien se atraviese a decir que aquello era una insensatez! ¿Cómo no iba a imponerse la estúpida tesis del paro indefinido? Quienes proponíamos uno de 24 horas o dos o tres días y ya, éramos vistos como timoratos. ¿Quién podía dudar que con la «rebelión cívica» de la abstención de 2005 este régimen espurio saldría ilegitimado y se derrumbaría como un castillo de naipes? Proponer votar era un acto de cobarde complicidad con el gobierno.
Por cierto, la magia, la propuesta ilusoria y los espejismos siempre acompañan a los extremismos, de izquierda o de derecha. Están en su naturaleza.
Y claro, nunca el extremista reconocerá que con aquellas acciones se regalaron la F.A., PDVSA y los Poderes Públicos al chavismo, lo que explica en buena medida su larga hegemonía de un cuarto de siglo ya. Por cierto, la heroína de hoy, la candidata Machado, fue copartícipe entusiasta de los tres desaguisados… y de varios más. ¿No merecerían alguna disculpa por su parte?
Como toda peste, el extremismo se aplaca y de pronto rebrota, como las fiebres tercianas. Luego de haber ganado, con votos, un referendo al más poderoso Chávez y las principales gobernaciones y alcaldías en 2008 y 2009, a unos señores atolondrados se les ocurrió la «genialidad» aquélla de La Salida Ya, que sólo nos condujo a cárcel, exilios, muerte y derrota. ¿La candidata Machado alguna vez reconocerá que se equivocó?
Y luego de ganar la mayoría de los curules de la AN, con votos, bloqueado el referendo revocatorio, ¿cómo no iba a ser un canto de sirena aquello de «calle calle calle»? Cuando en 2016 a algunos se les ocurrió explorar un acuerdo con el gobierno y éste nos propuso compartir el poder en el TSJ, la libertad de todos los presos políticos y la ayuda humanitaria a cambio de que la oposición retomase la ruta democrática regionales 2016-municipales 2017-presidenciales 2018, y se llevó a la mesa de debate un proyecto de acuerdo bendecido por Maduro, un idiota exaltado saltó de su asiento como un energúmeno y emplazó a los proponentes: «¡¿Vamos a acordarnos con Maduro hasta 2018 cuando podemos sacarlo ya?!» Por supuesto, los proponentes callaron antes de ser acusados de traidores y colaboracionistas. Y aquí estamos, no en 2018, sino ¡en 2023!, y que yo sepa, Maduro sigue en Miraflores. ¿Ofrecerá el exaltado idiota alguna excusa? ¡Jamás! Un extremista nunca las da: ¡eso sería muestra de imperdonable debilidad!
Es que como todo virus, el extremismo muta. El extremismo opositor participa ahora de la ruta electoral como aquella izquierda comunista de los 70 que la veía como una táctica y no una estrategia. «Incluso por la vía electoral», nos dijo a los masistas un febril José Vicente Rangel en el Nuevo Circo en 1972. O sea, las otras vías no estaban descartadas. Es exactamente lo que piensa el extremismo camuflado de hoy día.
Uno oye a la candidata Machado y siempre resuelve su perorata en un escenario de confrontación. ¿Negociar? Claro, responde ella: «para que Maduro se vaya». ¿Irse para dónde, María Corina? El acuerdo según su complicada inteligencia es sólo la rendición incondicional del otro, no un escenario donde ambas partes ceden. La ruta electoral es de esta manera un instrumento para imponerse al otro, no para acordarse con él. Su objetivo, según acaba de decir recientemente, es «ver a Maduro en la cárcel».
Por otra parte, su inhabilitación no importa porque la fuerza de su victoria en las primarias hará saltar por los aires toda la estructura hegemónica del chavismo (Poderes Públicos, Fuerza Armada, 20 gobernadores, 200 alcaldes, las policías, etc., etc.) y ella podrá ser candidata y presidenta. Cuando su marcha, seguramente multitudinaria (como fueron las de 2019, no lo olvidemos), para inscribirse en el CNE sea detenida en… Chacaito, ¿volveremos a las guarimbas? Cuando el CNE no la inscriba, ¿pedirá más sanciones y/o una intervención militar gringa para que le resuelvan este incordio? En fin, esta mutación electoral del extremismo, este extremismo camuflado como vía electoral (que no incluye lo que toda vía electoral implica, el acuerdo, la coexistencia y la cohabitación con el adversario) termina donde mismo: confrontación, y, a menos que el gobierno se venga abajo, en más cárcel, más exilio y más derrota. Es decir, Guaidó II, pero éste es un tema al que volveremos en próximo artículo.
Ojalá no ocurra así, y lo digo con sinceridad. Ojalá esa oposición anuncie por anticipado un pre-acuerdo según el cual si un candidato no puede ser inscrito se escogerá a otro (a quien llegue de 2° en las primarias, por ejemplo, y así sucesivamente, o a quien esos precandidatos escojan por consenso, como hacen los cardenales con el Papa). Ojalá la candidata Machado tenga la grandeza de anunciar desde ahora que se acogerá a un pacto de este tipo. En cuyo caso debería tener la finura, la delicadeza, la franqueza de cambiar su consigna de «¡Hasta el final!» por otra que diga: «¡Hasta las puertas del CNE!», porque es donde terminará su sueño candidatural.
Entre tanto, los venezolanos que queremos un cambio sin todos estos sobresaltos, sin esta confrontación perenne que ha desangrado al país durante la última década, los que no nos resignamos a ser testigos de un triste y sórdido match Maduro/Machado, donde cada uno trata de ser más bravo e implacable y feroz que el otro, podamos darnos otra opción, moderna, joven, una fuerza tranquila que decía Mitterrand, de la que recientemente conversaba con Ecarri y que él, con admirable coraje y aplomo envidiable, quiere encarnar. ¿Por qué no mirar a otra parte, si los venezolanos en su inmensa mayoría estamos cansados de camorra?