Se confeccionan nuevamente los disfraces extravagantes y llenos de brillos. Los sones de samba reverberarán en el Sambódromo de Río hasta el amanecer. Cientos de fiestas estridentes inundarán las calles y el jolgorio animará económica y emocionalmente los barrios de trabajadores.
El año pasado, la pandemia de COVID-19 obligó a aplazar el Carnaval de Río por dos meses y aguó la diversión, de la que participó sobre todos los locales. Este año, el gobierno federal prevé que unos 46 millones de personas participarán de las festividades, que posiblemente se desarrollen del 17 al 22 de febrero. La cifra incluye a los visitantes a las ciudades que han convertido el Carnaval en una fiesta de repercusión mundial: Río, desde luego, pero también Salvador, Recife y últimamente también Sao Paulo.
“Hemos esperado tanto. Merecemos esta catarsis”, afirmó Thiago Varella, un ingeniero de 38 años, que vestía una camisa florida empapada por la lluvia, durante una fiesta en Sao Paulo el 10 de febrero.
La mayoría de los turistas buscan ávidamente las fiestas callejeras, llamadas blocos. Hay más de 600 bloques autorizados y otros que no lo están. Los más grandes atraen a millones, como un bloque que toca canciones de los Beatles con ritmo carnavalesco para una multitud de cientos de millas. Los grandes blocos fueron cancelados el año pasado.
“Queremos ver las fiestas, los colores, la gente y nosotros mismos gozando del Carnaval”, expresó la turista chilena Sofía Umaña, de 28 años, cerca de la playa de Copacabana.