BUENOS AIRES (AP) — Las rusas Anastasia Dómini y su esposa Anna Dómini caminan tomadas de la mano, mientras sus cuatro hijos inquietos se trepan en una estatua del líder político argentino Juan Domingo Perón en una plaza ubicada a pocas cuadras de la Casa de Gobierno en Buenos Aires.
Los transeúntes no reparan en las extranjeras y sus pequeños. Para ellas, sin embargo, ese paseo familiar un sábado reciente tiene enorme valor simbólico. En el poblado pequeño de Petrozavodsk, donde residían hasta hace poco más de un año, las mujeres aparentaban ser hermanas por miedo al clima de intolerancia contra la comunidad LGBT que impera en Rusia.
“En Rusia no somos una familia, somos dos mamás con dos niños cada una. Nosotras nunca podríamos ser una familia en Rusia. Tal vez en 100 o 200 años. Pero no durante nuestras vidas”, reflexionó Anastasia, de 34 años, durante una entrevista en inglés con The Associated Press. “Las autoridades podían sacarnos a nuestros hijos y llevarlos a un orfanato”.
Anna, de 44 años, lamentó en ruso que su carrera ascendente como pediatra en Petrozavodsk tenía como contrapartida “la sensación de estar traicionando a mi familia porque no podía hablar sobre mi esposa y cuatro hijos increíbles, que no soy una madre soltera como muchos pensaban”. Hubiera perdido su trabajo.
Las Dómini –se cambiaron su apellido original en 2014 por el mismo para guardar las apariencias—y sus hijos Mikhail, Aksinia, Agáta y Una, gemelos de seis y tres años, emigraron a la Argentina en enero de 2022 cuando la invasión a Ucrania era inminente. Sabían poco del lejano país sudamericano, con un idioma diferente y una economía inestable, pero que está a la vanguardia mundial en acceso a derechos para la comunidad LGBT.
“La primera vez que salimos a la calle en Argentina teníamos miedo de tomarnos de la mano (pero) miramos alrededor y nadie nos estaba mirando. Todo estaba OK”, recuerda Anastasia en el apartamento que renta la familia en el barrio porteño de San Telmo, “parecido a San Petersburgo”. A poco de instalarse, se casaron con Anna y sus cuatro hijos ya están escolarizados.
“Ahora estamos absolutamente acostumbradas a nuestro estatus de mujeres casadas y madres de varios niños. Podemos ser libres aquí. Nuestra voz importa, nuestra opinión importa… Y nadie nos puede sacar a nuestros hijos o llevarnos a prisión”, acotó.
Migraciones de Argentina reportó que un total de 22.200 rusos ingresaron en 2022, atraídos por sus leyes migratorias flexibles y que en materia de diversidad sexual permite el matrimonio igualitario y el reconocimiento de la filiación para parejas del mismo sexo, además de una ley de identidad de género precursora a nivel mundial.
La Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT) recibió en el último año y medio unas 130 consultas de rusos interesados en solicitar refugio en Argentina, cifra que los ubica al tope entre los extranjeros que piden ayuda a esa organización.
“Desde hace dos años la mayoría de las consultas que recibimos son de personas de nacionalidad rusa”, reveló Maribe Sgariglia, de la secretaria relaciones internacionales de la FALGBT. “El conflicto entre Rusia y Ucrania ha acelerado la decisión de muchas personas que ya se encontraban en situación de vulnerabilidad, porque Rusia es un país que persigue a la comunidad LGBT”.
Aunque los derechos LGBT se fortalecieron en Rusia luego de la disolución de la Unión Soviética —la homosexualidad fue legalizada en 1993— la política rusa ha dado un giro conservador en la última década.
En 2020 se prohibió explícitamente los matrimonios entre personas del mismo sexo con enmiendas en su Constitución que sólo reconocen como tal “la unión entre un hombre y una mujer”.
En diciembre de 2022 el presidente Vladimir Putin promulgó una ley que amplió significativamente las restricciones a las actividades consideradas como promotoras de los derechos LGBT en el país, basándose en una ley de 2013 que había prohibido “la propaganda de relaciones sexuales no tradicionales” entre menores.
A partir de entonces, se prohibió para mayores de 18 años la publicidad, medios y plataformas digitales, libros, películas y producciones teatrales que contienen temática LGBT. Tampoco se permite la difusión de información sobre transición de género a menores y ni de propagada considerada promotora de pedofilia.
Desde la invasión a Ucrania, el Kremlin ha renovado los esfuerzos para promover “valores tradicionales” y ha justificando la guerra en parte como una defensa contra la promoción occidental de los derechos de los homosexuales y las personas transgénero.
Mark Boyarsky, un transgénero hombre de 38 años, abandonó Moscú junto a su esposa y dos hijos de cinco y ocho años al poco de estallar la guerra en Ucrania. Tras una espera infructuosa de varios meses en Nepal por una visa de ingreso a Gran Bretaña, la familia se mudó en septiembre a la Argentina, país que les había llamado la atención por los comentarios favorables de una activista lesbiana rusa en Instagram.
“Mis hijos no saben que yo soy transgénero, soy un hombre común para ellos”, admitió Boyarsky, de mediana altura, gafas y bigote, al describir la vida en su país natal. “Sentíamos que podía ser peligroso para ellos, que no entenderían que debía ser un secreto. Además, los padres de mi mujer no lo saben. ¿Cómo me siento al respecto? Horrible”.
Grupos defensores de derechos han criticado duramente las leyes de Rusia por considerar que estimulan desde el Estado la homofobia, la intolerancia y la discriminación. Investigaciones independientes reportan un aumento en la violencia anti-LGBT desde 2013.
En Buenos Aires, Boyarsky trabaja por su cuenta como fotógrafo retratando bodas de rusos del mismo sexo y otros eventos sociales. La capital argentina ofrece la opción de casamientos de trámite rápido para extranjeros presentando pasaporte y la única condición de dos testigos.
“En general me siento tan seguro aquí. Cuando tomo fotografías en bodas de lesbianas, por lo general salimos afuera del registro civil y la gente alrededor aplaude”, valoró Boyarsky. “En Rusia creen que no hay gays, sólo en esos horribles países occidentales, sin cultura, que perdieron sus valores morales, como Europa y Estados Unidos”.
Hace pocos días, Boyarsky retrató la boda de sus compatriotas Nadezhda y Tatiana Skvortosova, quienes llegaron hace cerca de un mes escapándose “de la presión social, porque la gente allá es bastante homofóbica y cada vez se pone peor”.
Nadezhda, de 22 años, vestía un mono azul oscuro y un ramo de flores blancas y Tatiana, de 29, con camisa blanca, pantalón azul y tiradores. Una traductora de inglés y una activista de FALGBT, a las que no conocían, oficiaron de testigos de una emotiva ceremonia en la sede central del registro civil de Buenos Aires.
“Fue un momento muy importante para nosotras. Esperamos mucho tiempo para convertirnos oficialmente en una familia. Estamos juntas desde hace cinco años”, indicó Nadezhda. “Fue muy extraño estar rodeadas de gente que no conocíamos. Pero estaban felices por nosotras”. Su flamante esposa asentía, tomándola de los hombros y secándose las lágrimas.
Un relevamiento de FALGBT contabilizó 34 matrimonios de parejas rusas del mismo sexo en 2022 y 31 en lo que va de este año.
En 2010, Argentina se convirtió en el primer país de Latinoamérica en aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo y fue el empujón para otras iniciativas de fuerte impacto social, como la ley de identidad de género (2012), que habilitó la rectificación registral del sexo y cambio de nombre de pila para las personas trans sin necesidad de acreditar pericias médicas, intervenciones quirúrgicas ni tratamientos hormonales.
En 2020 se despenalizó el aborto y se aprobó un cupo laboral para personas travestis, transexuales y transgénero en el sector público nacional, en una proporción no inferior al 1% del total de los cargos.
Nikolai Shushpan, un gay de 26 años, sólo había escuchado de Argentina sobre “tango, Che Guevara y que había sido una colonia de España”. Pero el temor a una convocatoria al Ejército por el conflicto en Ucrania lo hizo poner los ojos en la lejana nación sudamericana, a la que llegó en octubre del año pasado.
“Nunca fui abiertamente gay, sólo lo sabían algunos amigos y mis parejas. Es como una atmósfera de presión. Sientes la tensión, de que algo puede pasar. En el único país que no sentí eso es aquí, no tienes que estar preocupado todo el tiempo. De lo único que tienes que preocuparte son los precios”, bromeó Shushpan, en referencia a una inflación que en abril fue de 8,4% y acumuló una variación de 32% en lo que va de año.
A través de la aplicación de citas Tinder, Shushpan conoció en Buenos Aires a su compatriota Dimitry Yarin, de 21 años, quien había llegado en julio. Ahora conviven en un pequeño departamento en el centro de Buenos Aires, en el que resalta una bandera argentina colgada de la pared. Shushpan también adoptó el mate, típica infusión local.
Boyarsky, Shushpan y Yarin solicitaron al gobierno argentino acceder al estatuto de refugiados, un trámite que puede llevar hasta tres años. De obtenerlo, el solicitante se asegura que no será extraditado ni expulsado a su país de origen. Además, podrán acceder a los sistemas de salud, educación y trabajar legalmente.
Claro que Argentina también tiene sus contraindicaciones al margen de la economía. El idioma español para empezar. Por otra parte, la masiva llegada de rusos en los últimos meses, especialmente embarazadas que vienen a dar a luz a sus hijos para asegurarles un pasaporte con mejor reputación que el ruso, incomodó al gobierno argentino, que históricamente ha priorizado las relaciones con Estados Unidos.
Migraciones reforzó los controles de permanencia sobre los rusos luego de la detención de dos presuntos espías de esa nacionalidad con pasaporte argentino en Eslovenia a fines de 2022. Además, la justicia investiga a agencias locales que cobran fortunas a los rusos para ayudarlos a instalarse en el país.
“Nuestro pasaporte es muy seguro, se puede entrar a 171 países sin visa. Puede sacar visa de Estados Unidos por diez años. Si no empezamos a controlar a quién le damos pasaporte, va a dejar de tener la confianza que tiene en todos los países”, advirtió Florencia Carignano, directora de Migraciones, en una entrevista reciente.
“Yo estoy en contra de la guerra”, dice un cartel colgado en la una pared del apartamento de las Dómini. Fue escrito a mano por uno de sus hijos en un español rudimentario y tiene el dibujo de una bandera argentina.
“Nuestra idea es quedarnos sin importar lo que pase en Rusia”, afirmó Anastasia. “No puedo vivir en un país que me considera a mí y a mi familia como personas de segunda categoría”.
AP