Un trabajo de la BBC
Hay ovaciones que duran muchísimo y luego están las del Festival de Cannes.
Tras la proyección de la película estadounidense «Horizon: An American Saga» a mediados de mayo, el público respondió con aplausos que duraron siete minutos.
Esa ni siquiera ha sido la ovación más larga en la historia del festival.
Ese hito lo logró «El laberinto del fauno» en 2006. Tras aquella proyección, los aplausos duraron 22 minutos.
Cuando me enteré de eso, quise intentar hacer una ovación digna de Cannes.
¿Qué se siente aplaudir durante tanto tiempo?
Ni siquiera estaba seguro de poder lograrlo. Por eso, una mañana le pedí a mi hija que pusiera un cronómetro y comencé a aplaudir.
«¿Por qué estamos haciendo esto, papá?», me preguntó mi hija mientras pasaban los minutos.
Sin saber qué más decir, sólo respondí: «Es ciencia».
Después de 60 segundos, todo iba bien.
«Esto es fácil», pensé. «¡Podría hacerlo eternamente!».
Sin embargo, muy pronto comencé a cuestionarme las decisiones de mi vida, cómo llegué aquí y, sobre todo, ¿por qué aplaudimos?
¿Por qué la gente empezó a golpearse las palmas de las manos para mostrar agradecimiento?
¿Es algo que hacen otros animales? ¿Por qué no silbamos o pitamos en lugar de aplaudir?
De acuerdo a una investigación sobre el tema del año 2023, es probable que el Homo sapiens haya comenzado a aplaudir hace muchísimo tiempo.
Seguro que nuestros ancestros primates nunca proyectaron películas en festivales, pero ante la falta de un lenguaje hablado, es posible que se hayan dado cuenta de que podían usar el ruido para advertir sobre la presencia de depredadores, intimidar a sus enemigos o incluso jugar y señalar oportunidades.
En la Biblia y la Antigua Roma
Se ha observado que actualmente algunos primates utilizan sus palmas para llamar la atención de otros primates o para comunicarse a distancia.
Las focas grises (Halichoerus grypus) también lo hacen, bajo el agua, para mostrar fuerza y dominio.
No se sabe exactamente cuándo la gente empezó a aplaudir para expresar entusiasmo y aprecio tras un espectáculo.
Los aplausos se mencionan en la Biblia como una forma de mostrar alegría y adoración.
Es probable que los antiguos egipcios también hayan utilizado los aplausos de la misma forma.
Sin embargo, la práctica de aplaudir tras una obra de teatro o un discurso parece haber despegado en la Antigua Roma.
En ese entonces, las obras de teatro incluían la palabra «plaudite» al final de las escenas. Ese es el origen de la palabra «aplauso».
Para los líderes romanos, los aplausos también servían para para medir la popularidad, similar a una encuesta en tiempos modernos o a un «me gusta» en las redes sociales.
Algunos pagaban para recibir aplausos más fuertes: Nerón aparentemente gastó algo de dinero para que 5.000 soldados aplaudieran durante sus comparecencias.
En el siglo XVI se popularizaron aplaudidores de contrato, cuando un poeta francés regaló entradas a varias personas en la audiencia a cambio de un fuerte aplauso.
A lo largo de los dos siglos que siguieron, los aplaudidores profesionales en Francia asistían a espectáculos para dirigir las ovaciones.
Un ruido fuerte sin mucho esfuerzo
Aplaudir es fácil. Si bien algunos estudios sugieren que los bebés no tienen la coordinación suficiente para aplaudir hasta bien avanzado el primer año de vida, los niños logran hacerlo con facilidad.
Esto puede explicar que haya prevalecido en varias culturas, especialmente en comparación con acciones más complicadas como chasquear los dedos, el método elegido por las audiencias de poesía hablada.
Con el aplauso también se produce un ruido efectivamente fuerte sin mucho esfuerzo.
«Las palmas son por excelencia, la señal no vocal con mayor volumen acústico… es una acción sencilla, rápida y eficaz», observa Crawley.
Puedes golpear otra parte del cuerpo con la mano, como el muslo, pero la relación ruido-esfuerzo es menor con los aplausos.
Por último, aplaudir también es quizás más aceptable socialmente que gritar o silvar.
Aunque la ópera tolera un comportamiento más atrevidos (algunos gritan «bravo» o «brava»), los aplausos son percibidas como educados y ligeros, además de entusiastas y pueden ser prolongados.
Algunos investigadores han señalado que aplaudir también puede indicar algo más que aprecio: en algunos casos, permite al público marcar transiciones colectivamente durante un evento, como por ejemplo: «El himno nacional ya terminó, veamos algo de deporte».
¿Por qué aplaudimos?
Fundamentalmente, también puede ser un acto para fomentar vínculos sociales.
Por ejemplo, durante los confinamientos de la pandemia, en algunos países se aplaudía en determinados momentos del día para agradecer a los trabajadores de la salud.
Pero también podría decirse que acercó a comunidades en un momento en el que estaban forzadas a guardar cierta distancia, a través de un acto compartido de celebración, pertenencia y unidad.
Hay un elemento de contagio social en los aplausos.
Cualquiera que esté sentado entre una multitud sabrá que un par de aplausos a veces puede hacer que una sala llena de gente los imite.
«A veces la gente aplaude porque quiere enviar un mensaje. En otras ocasiones, puede que aplaudan no por elección interna sino más bien por presión social», asegura Crawley.
En 2013, un equipo dirigido por Richard Mann, de la Universidad de Uppsala, en Suecia, observó que esto sucedía en las conferencias académicas.
Descubrieron que el inicio de los aplausos a menudo seguía un patrón similar a la forma en que se propaga una enfermedad.
Entonces, ¿por qué aplaudimos? La respuesta, en definitiva, parece ser que es la forma más efectiva de hacer mucho ruido, mostrar agradecimiento y fortalecer el vínculo social que surge cuando disfrutamos algo como colectividad.
Pero ¿qué pasa con los aplausos que duran mucho, al estilo de Cannes? ¿Por qué no basta con aplaudir uno o dos minutos?
En 2013, Mann le dijo a la BBC que la duración de los aplausos no se relacionaba con la calidad de la actuación.
«Hay una presión social para empezar (a aplaudir), pero una vez que has empezado hay una presión social igual de fuerte para que no dejes de hacerlo, hasta que alguien lo haga primero».
Si aplicamos esto para explicar las largas ovaciones de Cannes, la conclusión sería que nadie en la sala quiere ser visto –o, peor aún, filmado– como el primero que dejó de aplaudir.