Por Simón Petit
Una noche, Neil Young, estaba asediado por la gripe y su mente se balanceaba entre la fiebre y la inspiración. Su guitarra, parada a un costado de la cama, era la fiel compañera en las noches de enfermedad. Susan Acevedo, su mujer de entonces, le traía sopa caliente. Pero él estaba hecho pedazos, con su cuerpo luchando contra la fiebre y su mente en otro lugar. Un extraño sabor metálico en la boca lo hacía sentir como si estuviera drogado, flotando entre la realidad y los sueños.
La guitarra, afinada en uno de sus tonos favoritos, lo esperaba pacientemente. Esa afinación modal en Re, con la cuerda del Mi afinada como un Re, le creaba un zumbido mágico como un sitar. Y comenzó a tocar. Las notas brotaban como un manantial y la habitación se llenó de música.
Primero fue “Cinnamon Girl”. La letra en ese momento fue diferente a la versión final, pero él la moldeó sobre la marcha como un alquimista musical. La fiebre le daba una claridad extraña y la canción tomó forma.
Luego cambió la afinación. Recordó una canción que había escuchado en la radio, en Re menor. “Sunny” o algo así se llamaba, y tampoco recordaba quién la cantaba. Solo tenía el tono y el ritmo, la melodía que se enroscaba como una serpiente en su mente, y él la transformó. Seguidamente “Down by the River” emergió de sus dedos, una criatura nueva e intensa con staccato, muy sencillo, sin virtuosismo ni alarde de ejecución para que todo el que la escuchara la tocara.
Aún débil por el malestar, se sentía feliz. Dos canciones en una noche y ninguna se parecía a las del último disco.
Pero quería más: buscó un tono, La menor, la clave favorita que estremecía su corazón. La música volvió a presentarse, naturalmente, y “Cowgirl in the Sand” nació. Tres canciones seguidas, como si el delirio y la fiebre abrieran la puerta secreta de su creatividad.
Entonces llamó a Billy Taltbot, Ralphie Molina, y a Danny Whitten, sus compañeros de parranda y de conciertos informales, que, como en otras ocasiones, se reunieron en la sala de su casa para crear ese día al grupo Crazy Horse.
Así fue como nacieron estas canciones en medio de la enfermedad, en una habitación llena de fiebre y notas dispersas. Como todo fluía, decidieron que esto había que grabarlo enseguida, y comenzando el año, en enero de 1969, grabaron Everybody Knows This Is Nowhere (Todo el mundo sabe que esto no está en ninguna parte). Con ese disco a partir de mayo comenzaron una gira agotadora de conciertos diarios que terminó pronto, apenas tres meses, porque Neil Young se encontraría con unos viejos amigos en el mes de julio que lo invitaron a formar parte de un cuarteto que ya era conocido, primero como un trío, Crosby, Stills & Nash, para después ser: Crosby, Stills, Nash y Young (CSNY), y juntos, grabarían un disco memorable, Déjà Vu, para luego actuar en el Festival de Woodstock en agosto de ese año.
Con ese grupo otra es la historia; pero lo que sí quedó claro es que Neil Young continuaría siendo el mismo artista rebelde y hombre pacífico que rodaría por los EE.UU., con su guitarra al hombro, cantando sus canciones de Crazy Horse, de CSNY y en solitario, siempre con su imagen hippie, como el último de los Mohicanos y que, en la actualidad, ya pisando los 80 años, se le sigue recordando por ese disco que surgió en medio de delirios febriles y que, gracias a esas tres canciones, Everybody Knows This Is Nowhere es considerado por la crítica como una obra de «piezas maestras» para la música de esa época; aunque, como ya es sabido, a Young constantemente se le reprocha la falta de sofisticación lírica de sus letras que siempre han sido engañosamente simples pero intrincadamente complejas. El mejor ejemplo es Down By the River, cuyo argumento ni el mismo Young supo explicar. Y, para qué explicar lo inexplicable, si eso fue producto de un relámpago de inspiración entre sopa caliente y psicodélicos antigripales.