Crónicas Melómanas
Por Simón Petit
En este país, quien no haya bailado con Billo’s en el siglo XX, no vivió en Venezuela. Y es tan cierto esto que digo que desde muchacho lo presencié en aquellas fiestas (a las que mis padres solían llevarme cuando no encontraban con quien dejarme al cuido), donde todo era una gozadera con Billo’s. Entonces, tengo algunas imágenes, momentos y canciones viendo a la gente bailar un merengue, una guaracha, la música criolla con ese estilo particular de la orquesta, los boleros y algo que fue un invento de Billo’s -para ese momento y hasta la fecha no hay quien me diga otra cosa- me refiero a los famosos “Mosaicos”. Los pule hebilla, los que se bailan en un cuadrito de la baldosa, los del cachete con cachete y los del rastrilleo cuando la cosa se ponía caliente y daban permiso.
Con honestidad, en el fondo y como muchacho al fin, no me gustaba Billo’s. Es decir, la más popular de Venezuela no tenía en mi un fanático como sí lo eran los otros muchachos de mi cuadra. En ese entonces, a medida que iba creciendo comenzaba a escuchar la Salsa Brava del principio de los 70 y algunos discos que mi padre tenía en la casa de la Sonora Matancera, la Lecuona Cuban Boys, Benny Moré y la Casino de la Playa, entre tantos, que me llamaban la atención, aparte del rock y del jazz. Sin embargo, en 1974, Billo’s logró captarme con una mezcla de guaracha y merengue venezolano, una canción con sonido festivo y contagioso. En mi familia, a excepción de mi padre, todos somos magallaneros. Y al escuchar “No hay quien le gane” esa pieza se convirtió en un himno familiar. El Ora Pro Nobis; la Marsellesa francesa y el Gloria al Bravo Pueblo que nos levantaba de la silla a llorar con la mano en el pecho.
Mi padre que fue un gran melómano, comenzó a contarme la historia de Billo’s, cómo llegó, por qué llegó y cuándo decidió quedarse definitivamente en Venezuela. De su rivalidad en tarima con Luis Alfonso Larrain, pero también de la gran amistad que tenían. De cómo Renato Capriles en un momento duro y difícil que tuvo Billo, lo contrató para que le hiciera los arreglos de las canciones de su recién creada orquesta que a la postre también se convertiría en rival: Los Melódicos; pero que, al igual con Luis Alfonso, Renato y Billo eran amigos y en el fondo una relación de maestro-alumno y hasta de padre e hijo.
Lo cierto es que ya veía de otra manera al maestro, y disfrutaba de su discografía desde Rafa Galindo y Manolo Monterrey, de Luisin Landáez y Víctor Pérez, hasta el trío memorable de Cheo García, Memo Morales y Felipe Pirela, suplantado éste último cuando se lanza en solitario por José Luis Rodríguez. Sin dejar de mencionar a Ely Méndez y Ender Carruyo, entre tantos cantantes a los cuales Billo’s como un scout de Big Leaguers les ponía el ojo, acertando 100% en la escogencia.
El maestro Billo vivió tantas cosas; pero le faltaba una, lo que es el mayor sueño de todo músico: dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional. Y se presentó la oportunidad de hacerlo. En el marco de la celebración de sus 50 años de vida artística comenzó a arreglar cada pieza de su repertorio exitoso para un concierto sinfónico. Cuentan sus hijos que, en los ensayos finales, uno de los arreglos que había hecho para Canto a Caracas, quedó tan magistral que los músicos de la sección de cuerda de la orquesta al finalizar la pieza, comenzaron a chocar el arco con sus instrumentos a manera de aplauso como clara y máxima señal de respeto y aprobación a la dirección y arreglo.
Billo había recibido críticas por el hecho de que, siendo un músico popular, no podía dirigir una orquesta y menos hacer los arreglos sinfónicos. Sin embargo, no resistió la emoción al ver cómo los músicos aceptaban su talento para lo sinfónico y sufrió un derrame cerebral, falleciendo a los pocos días. Todo el país sintió un vacío, un nudo en la garganta que cerraba su glotis y ahogaba el llanto. Fue un 5 de mayo de 1988. Una multitud lo despidió con el último compás de Alma Llanera.
Pero, cuando se hecho historia, y se ha ganado el cariño del pueblo, el pueblo nunca olvida a quien lo ha hecho feliz. Billo’s sigue escuchándose en las emisoras de radio y sigue bailándose en las fiestas. Se le recuerda en carnaval y en las navidades, y por supuesto, en cada rumba que se haga a lo largo del año. La Billo’s Caracas Boys seguirá deleitando a la gente, haciéndola bailar y cantar, a formar el trencito y a dejar constancia que aquel muchacho que se vino a los 17 años desde República Dominicana a Venezuela, terminó de hacerse hombre y nombre en un país que lo hizo también suyo, más que cualquiera de aquellos que ahora denigran su raíz y origen.