Por Enrique Ochoa Antich

La verdadera elección que tienen los venezolanos frente a sí no es entre dos camorras, la de Maduro y Machado, sino entre el cambio con camorra, aproximadamente inviable, que es el que propone Machado, y el cambio sin sobresaltos, para usar la frase de Antonio Ecarri.

Entre un cambio a la fuerza, con conflicto, que es un cambio improbable y que nos empobrecerá más como nación y como personas… y un cambio en paz, pactado, seguro, que ofrezca el entorno confiable para que vengan las inversiones de las que depende nuestra prosperidad.

Maduro y Machado son las dos caras de una misma moneda: la moneda sin valor del rencor, de la venganza, del «ojo por ojo» hasta la ceguera universal. El binomio Maduro-Machado es el «pase de factura» perenne.

¿Hasta cuándo?, pregunto yo. ¡Un cuarto de siglo tienen en eso! Hora de espetarles: ¡Ya está bueno ya!

Venezuela necesita otra cosa. Necesita perdón. Necesita reconciliación. Necesita entendimiento. Otros lo han logrado, en circunstancias incluso más complejas que la nuestra: españoles, chilenos, sudafricanos, polacos, alemanes… ¿Por qué no nosotros?

Venezuela necesita un Gobierno de Unidad Nacional con los mejores, vengan de donde vengan. ¿Va a poder Maduro, desde el oxidado parapeto de su partido-Estado, convocar a los machadistas y demás opositores? Difícil. ¿Va a poder Machado, con su promesa de cárcel para Maduro, convocar a los chavistas? Difícil, muy difícil.

Ni gobierno ni oposición sino todo lo contrario, tengo años predicando. Venezuela necesita de ese «todo lo contrario», que pueda convocarnos a la inconmensurable tarea de la reconstrucción nacional: a izquierdas y derechas, a civiles y militares, a trabajadores y empresarios, a todos los credos religiosos y a quienes no somos creyentes…

Si la unidad de los mantuanos de Caracas y los plebeyos del llano (de Bolívar y Páez) nos dio la independencia en el siglo XIX, si la unidad de adecos, comunistas, uerredistas y copeyanos nos dio la democracia en el siglo XX, que una tercera unidad nos dé en el siglo XXI el desarrollo con justicia social que esta nación de libertadores se merece.

Los números no mienten: siete millones de venezolanos dejaron de votar por el gobierno o por la oposición clásica en los últimos años. Allí, en ese centro de los desencantados (con unos y con otros), no en los extremos más beligerantes, está la vigorosa bisagra que la reunificación del país demanda.

Quiera el Dios de mis padres que apartemos nuestra mirada del sainete incesante de insultos, amenazas, bofetadas e improperios que es el paisaje de esa polarización fingida entre el gobierno y la candidata de la exMUD. Ojalá que orientemos nuestras miradas y nuestros anhelos en otra dirección. Sí. Exploremos qué dicen quienes procuran ofrecer el sueño posible de una opción de nuevo tipo.

Sé que son varios. Pero lo que he observado en los dos eventos a los que Ecarri me ha invitado, de sus correligionarios reunidos en Consejo Nacional, es esperanzador. He visto la valentía de la moderación. He visto a maestros y activistas sociales de todo el país, gente sencilla y creadora, exhibiendo las credenciales del logro.

Algunos me dicen que Ecarri no tiene chance. Yo les respondo: «Más que Machado tiene: por lo menos está habilitado«. Y les recuerdo que Chávez ¡en diciembre de 1997! tenía 5 %. ¿Que el G3 puede eventualmente postular un candidato moderado que pueda ser el de mayor opción frente a Maduro en 2024? Ese puente se cruzará cuando se llegue a él, si Machado no lo dinamita antes. Por lo pronto, Ecarri tiene el legítimo derecho de tremolar las banderas de una opción diferente, entre los extremismos del gobierno y de la oposición. La palabra final la tendrá la gente.

En cualquier caso, quiero desde estas palabras celebrar que en explícita divergencia con esos dos extremismos que agobian a Venezuela, un movimiento joven ofrezca no el fusil de los revolucionarios ni la bomba molotov de los desesperados, sino ese instrumento con el que podemos escribir una historia diferente: un LÁPIZ.