La mañana del 5 de marzo Asdrúbal Fernández despertó con la peor noticia que pudo haber recibido como padre. Desde la madrugada le habían llegado varios mensajes informándole que Juan Fernando, su hijo, había sido asesinado al resistirse a un asalto. El joven, de 27 años de edad, vivía en el barrio Palermo de Buenos Aires, Argentina. Por su parte, Asdrúbal y su esposa, María Angélica Acosta, como muchas otras familias fragmentadas por la migración, están a más de 7.200 kilómetros, en Venezuela.
En entrevista para El Diario, Fernández cuenta que, a pesar de la distancia, siempre mantenía comunicación con Juancho, como lo llamaba su familia. La última vez que hablaron fue el 4 de marzo, horas antes del suceso, cuando su hijo le preguntó si había llegado bien a Barinas, donde trabaja como comerciante.
“Al otro día no me desconecté, pero sabe cómo están las comunicaciones y yo estaba en el puesto. El domingo en lo que despierto veo unos mensajes que me habían mandado en la madrugada de lo que le había sucedido. Mi esposa me estuvo llamando, pero no había señal y no caía la llamada. Lo supe como a las 6:00 am del día domingo”, relata.
Antes de emigrar, Juan Francisco vivía con su familia en la parroquia Santa Rosalía de Caracas. Su madre es docente y su padre tenía un negocio de venta de repuestos. También tiene un hermano, Jorge Alejandro, quien actualmente trabaja como chef en Perú, aunque Juancho era el único hijo biológico de Asdrúbal. “Así fuese el hijo número mil, todos los hijos duelen”, comenta.
“Mi esposa no puede ni hablar. Desde luego, porque es madre, pero yo le digo que esté tranquila porque Juan vive, él era un ángel. Juancho era un muchacho sumamente decente, entraba 20 veces a la casa y 20 veces pedía la bendición y me daba la mano. Yo le decía ‘mi príncipe’, lo besaba y abrazaba. Él era un hombre muy noble, de muy buenos sentimientos”, evoca.